En el Reino de Oxalá, se preparaba otra grandiosa celebración con la presencia de todos los Orixás. La música resonaba, los cánticos llenaban el aire, y la mesa estaba llena de alimentos y frutas. Sin embargo, Oxalá notó la ausencia de Xapaná.

Curioso, Oxalá preguntó a Yemanjá sobre su hijo perdido. "No sé, no lo he visto", respondió ella. Una búsqueda colectiva comenzó, pero nadie había avistado a Xapaná.

Ogum, decidido a encontrar a su hermano, lo halló detrás de unas cortinas. Xapaná, temeroso de su apariencia, explicó: "No quiero que vean mis marcas, se asustarán". Ogum sonrió y propuso: "Vamos a la playa, tengo una idea".

En la orilla, Ogum improvisó un hermoso traje con paja, lianas y su machete. Cubrió a Xapaná de pies a tobillos. "Nadie se perderá la celebración de Oxalá", aseguró Ogum.
Xapaná, intrigado, preguntó: "¿Por qué me ayudas?". Ogum, con amor fraternal, respondió: "Soy tu hermano, todos merecemos ser felices y, sobre todo, mi padre Oxalá quiere verte".

Cuando Ogum y Xapaná entraron juntos, los demás Orixás aplaudieron. Una sonrisa iluminó el rostro de Oxalá. Todos danzaron en armonía, demostrando que la aceptación y la compasión son la base de la verdadera alegría. Yemanjá se acercó a Ogum y dijo: "Hoy me has sorprendido con tu bendita misericordia". Ogum, humildemente, respondió: "Lo aprendí de ti y de Oxalá, quienes me enseñaron que la felicidad es para todos".